Reflexión del Evangelio
Estamos aún en un ambiente navideño, la alegría perdura todavía en nuestro corazón y en el ambiente. El Evangelio nos narra que los Magos, obedeciendo la voz de su conciencia y guiados por una estrella, se ponen en marcha. Deseaban reconocer a Dios para ofrecerle sus regalos de oro, incienso y mirra. Después de investigar y preguntar, se aseguran de continuar el camino. Su esfuerzo no fue en vano, ellos fueron capaces de encontrarlo: “Al entrar a la casa vieron al niño con María, su madre; se arrodillaron y le adoraron” (Mateo 2:11). ¿Cuáles han sido mis esfuerzos en esta Navidad para encontrar a Dios? ¿A quien he preguntado para ser guiado y llegar a Él?
Para ver el misterio de Dios, debemos prepararnos. Esto implica movimiento, bondad, y sencillez. Solo así, experimentaremos la grandeza de Dios y lograremos ver nuestra pequeñez. Callar y percibir el ambiente del Evangelio de esta Liturgia es esencial para una limpieza del corazón. Es tiempo de abandonar la terquedad de nuestra vida, la desconfianza e hipocresía que a veces tenemos guardada como Herodes. “Se dejaron guiar por el impulso de la luz celeste y mientras acompañaban con atenta contemplación la luz que los precedía, eran guiados al conocimiento de la verdad por el esplendor de la gracia” (San León Magno, Primer sermón de la Epifanía). Todos estamos invitados y tenemos derecho de mirar al cielo como los Magos y buscar la estrella que nos guía en el camino: ¡Jesús! ©LPi
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